miércoles, 31 de agosto de 2011

Un paraje diferente.


UN PARAJE DIFERENTE



Ha transcurrido algo de tiempo desde que sorpresivamente encontré a Clyo en el mismo lugar donde me hallaba. Ambas estamos acostumbradas a circular por veredas de arena y mar, haciéndonos reflejo de las luces y las sombras de quienes nos ven pasar.

En aquella ocasión, aún no reparaban en nuestro arribo a aquel puerto, pero ya las calles de sal y su gente, nos reconocen e incluso al caminar alzamos la mano en saludo a quienes nos ven.

La sonrisa que era conocida se ha transformado en una linda amistad y nuevas miradas se han cruzado ante nuestros ojos.

Sé que mi musa recorre los paisajes de este territorio de mar y valles, tal vez por eso no me causo extrañeza sentir su presencia hace unas semanas, cuando por primera vez, mi andar me llevo lejos del mar.



Dicen que cuando se cierra una puerta, se abre una ventana, bueno, para mi se abrió un ventanal que me permite ver y sentir el calor del sol cada amanecer.

Lo conocí como debía ser, en una escenografía de magia y naturalidad. Ninguno acuso recibo de las miradas enmascaradas, hasta que los ojos se sacaron el maquillaje y miraron directo y los labios dieron el primer paso para iniciar este especial baile.

Las palabras siempre eran las precisas, sin adornos que ocultaran nada, era nuestro deseo de estar juntos el que nos reunía, nos arrullaba, nos acercaba.

Las sonrisas coqueteaban con los suspiros, al punto de no poder contenerse, haciendo inevitable lo que ninguno quería evitar.

Nos entregamos como dos adolescentes temblorosos de emoción y tuvimos la dicha de ser ambos tan generosos, que la noche nos abrazo secretamente.

Desde ese momento, las horas sólo eran un paréntesis para esperar nuestro contacto; el teléfono o Internet nos permitían tenernos cada día, pero teníamos necesidad de escaparnos de las horas y un día, así lo hicimos.

Como jugo con nosotros el tiempo al comienzo, al punto de creer que no podríamos partir, pero iniciamos el viaje. Un viaje que soñaba y que sin embargo se transformo en el mejor de los regalos.

Él conocía el trayecto, para mi era toda una aventura.

El paisaje era simplemente encantado. Los cerros se pintaban a sí mismos de variados colores y el valle, entregaba su verdor con aromas a frutas y flores.

Caminamos hasta encontrar el refugio que nos cobijaría. Era aún mejor de lo creíamos. La Luna llena guiaba cada paso, como confirmando su alegría de recibirnos en aquel lugar.

Una cabaña rodeada por naranjos y buganvillas. Unos inmensos perros regalones y un par de gatos remolones.

En su interior, todo lo que requeríamos para sentirnos en nuestro hogar por un par de días.

Pero no podíamos estar en medio del centro, había que salir a empaparse de la armonía del entorno.

Las calles se abrían a nuestros pasos, y nos hacían partícipes de su serenidad.

Una plaza con añosos árboles de exóticos frutos nos regalo su sombra y continuamos caminando por una calle de tierra y adobe.

Jugábamos como dos niños traviesos, arrancando del silente encuentro de otra pareja al borde de una huella de agua que corría cerca.

Al desandar los pasos, sentí una energía conocida, era un aroma colmado de recuerdos.

Guarde silencio y escuche sus pasos junto a mí. Ella siempre esta antes que yo, en los lugares que mis pasos descubrirán. Sí, Clyo había estado allí.

Lo teníamos todo, nos teníamos a nosotros mismos y eso basto para detener el movimiento del universo, que absorto de contemplar nuestra unión, creyó ver su propio despertar ante tanta energía de Amor, esa que es capaz de hacer surgir un manantial entre piedras o cambiar el color del desierto en un jardín del edén.

El desayuno en la cama sin mirar el reloj. Las caricias y los besos, eran el mejor manjar.

Las meriendas del día eran sólo un bocado ante el abundante menú de pasión que teníamos para saciar el ansia de devorarnos.

Cada centímetro de las paredes de madera y cal, guardaron el secreto de lo visto y escuchado, como si les hubiesen escrito un poema a la vida con los cánticos de mil gorriones.

Cuando llego el instante de partir, existía la certeza de volver. El Valle había tomado para sí su tributo; una parte de nosotros ya era parte de ese todo.

El refugio fue quedando atrás y con él, el sol que nos baño esos días.

El mar se había encontrado con el valle y este paraje, diferente y fuerte, era el eslabón que me unía mas  a este hombre que me ha abierto su corazón.

Clyo ha de estar esperándome en un rincón de este, mi actual lugar.  

      

     

martes, 30 de agosto de 2011

Todo


Me transformas en estallido de gozo

Y entre tus manos corre un río de néctar

Que bebes anhelante de pasión.

Te conviertes en un volcán que no acabo de apagar

Y una lluvia de besos baja a sembrar risas sobre nuestra piel

Amarrados en un abrazo de caricias

Desatamos los prejuicios del no saber

Ardemos en una hoguera de gemidos y silencios de suspiro

Y te amo y me amas en un solo y tembloroso placer.

domingo, 21 de agosto de 2011

Te extraño

Mi piel extraña tus manos
mi boca, tus besos
mis ojos, tu mirada
mis oidos, tus palabras
mis pasos, tus huellas
mi dormir, tu descanso
mis suspiros, tu placer
mi respirar, tu vida.
Te extraño

Como me cuesta el silencio

Como me cuesta soportar el silencio de tu risa,

el lejano latir de tu corazón,

la cálida conversación del día,

la irreverente carcajada,

o las exclamaciones de alegría.

Como me cuesta, guardar yo el silecio que llena este día.

Como me cuesta estar sin ti.

domingo, 7 de agosto de 2011

Árbol solitario

Llegué a esta colina un día de Otoño, cuando los colores se funden con la tenue luz, que todo lo inunda, dejando un manto de amarillo pálido que suaviza los contornos.

Al hacer el largo viaje que me trajo hasta aquí, nadie me habló de lo que significaría dejar mi tierra materna y trasladarme al otro lado del planeta, donde todo sería diferente. Por tal razón, no puedo hacer comparaciones, ya que sólo conozco lo que he visto.

 No se los he dicho: llegué aquí, sin los míos.

 No recuerdo mucho cómo eché raíces, si alguien me acompañó durante ese período o si para variar me las arreglé como pude; lo que he guardado son las sensaciones que experimenté año con año, en cada cambio de estación.

Me agradaba darme cuenta, sin mirar un calendario, en qué época del año estábamos; ¿lo recuerdan ustedes?

Los otoños eran de caricias y juegos serenos, las hojas salían a bailar con cualquier pretexto, las flores se retiraban más temprano a descansar y la luna por las noches, coquetamente nos guiñaba un ojo. Pocos eran los que venían hasta aquí, no gustaban de la brisa fresca que les recordaba el inminente invierno que llegaría.

Invierno; aroma a tierra mojada, arroyos cantarines, matices de grises combinados con el escaso color de las perennes. Lluvia; aguaceros descontrolados, marejadas para cerrar los puertos y amarrar los navíos. Silencios prolongados como un suspiro y que sólo escuchaban aquellos que venían en busca de un arco iris en el horizonte, preludio de la caprichosa primavera.

Cuando se acercaba, todos lo sabíamos, pues no había ser en el mundo que no brotara de alegría. Era la ocasión de vestir mas liviano, de correr por la colina impulsado por el viento tibio que despeinaba las hierbas y hacia soñar los volantines que  lanzaban los pequeños, como si en ellos pudieran sembrar el cielo de  formas y colores luminosos. La primavera provocaba una inundación de esperanza, la posibilidad de continuar siendo lo que somos.

¡Oh verano!, lo mejor de tu arribo, era el dulce sabor de tus manjares, las risas desbordantes de quienes retozaban bajo los rayos del sol o se bebían la mar en cada zambullida, para luego aletear, y al volver a respirar, sumergirse una vez más. Sólo al caer la tarde, algunas parejas me acompañaban, era el momento del crepúsculo. Parece que ejercía cierta atracción indescriptible.

Mi vida era como debía ser, como nadie me dijo que sería. Fui cambiando, haciéndome más fuerte pero no más robusto, siempre con una contextura delgada, flexible, plástica. Nadie tampoco me dijo alguna vez que luciera bien o mal, si sobraba o faltaba algo, ni siquiera preguntaron si estaría mejor con compañía; tal vez era irrelevante, por qué preocuparse de mí.

Un día de otoño, llegó hasta aquí una joven de aspecto frágil. Venia sola, como yo, hace ya tanto tiempo.

Sonreía, aún cuando por su mejilla bajaba una lágrima. Al momento de retirarse, con su mano me rozó con delicadeza. Nunca antes me habían tocado.

Al día siguiente vino directo hasta aquí, una vez más sonrió, se sentó y apoyo su espalda en mí. Inmediatamente sentí el calor de su cuerpo, el que me estremeció.

Sus manos venían cargadas de pinceles y pomos de pintura, que deslizaba por sobre una tela inmaculada, pero que se hacía más bella al ser manchada. Por momentos, no supe reconocer cuál era el lienzo y cuál el firmamento.

Desde entonces el paisaje cambió; la atmósfera está cargada de  sus colores, el océano se bambolea arrullando los rayos de sol, el viento canta entre las hojas; el silencio, ahora es un abrazo, y el crepúsculo me hechizó. La colina se ha transformado en mi hogar; ya no soy el árbol solitario de antes.








Valparaíso 8pm

Siendo una niña no veía más horizonte que los cerros que me rodeaban, y era feliz subiendo y recorriendo distancias onduladas que me sorprendían a cada paso con variadas imágenes.

El océano y el puerto siempre han estado allí; cambian los tamaños de los navíos, sua banderas y el oleaje se amansa en verano y se agita gélido en invierno. Sin embargo, la ciudad era diferente todo el tiempo. Mi abuela y mi madre hacían de cada día una nueva aventura pra mí. Salíamos de compras o a visitar a una tía, nunca tomábamos el mismo camino, los seres con quienes nos cruzábamos eran personajes cambiantes; sus rostros, los colores de sus ropas, sus peinados, se veían distintos cada vez. Crecer así era entretenido.

Al transformarme en una adolecente, el paisaje se me hacia muy monótono, creía que lo conocía todo y no entendía por qué los afuerinos se embelezaban con lo que veían.

Había dejado los pies en las calles al verme en la obligación de trabajar, luego que mi madre falleció. Mis amigas disfrutaban de su libertad y experimentaban cosas que yo no soñaba siquiera. La vida era una larga letanía, y comencé a refugiarme en la lectura sobre heroínas que viajaban; entonces, soñaba con salir de aquí y viajar por el mundo.

Llegué a adulta y la vida había dejado huellas dolorosas en mi. Sin embargo, con el sacrificio de mi abuela y mi trabajo, conseguí estudiar, con tanta suerte que me gané la posibilidad de quedar trabajando donde hice la práctica de mi profesión. Comencé a conocer personas que venían de otros lugares, que habían recorrido esos sitios que yo sólo conocía por los libros. Sus historias me abrieron los ojos ante una realidad mágica, y quise saber cómo veían mi ciudad. Como respuesta, un día me invitaron a recorrer los cerros; sentí que se mofaban, pero acepté.

Que diferente es caminar por las rutas de quien va descubriendo o se guía por instinto. Todo era nuevo, yo misma cambiaba entre paseo y paseo, entre ascensor y museo, entre talleres, bares y plazas. Me hice niña otra vez al recorrer mi ciudad y me enamoré de los colores, sus aromas, sonidos y una atmósfera de poesía que me envolvía.

Desde entonces, cada vez que tenía tiempo, salía a recuperar mi propia historia y así me transformé en guía de mi ciudad. Sin darme cuenta, contaba las historias que un día, había yo misma escuchado o simplemente verbalizaba lo que tenia frente mío: la ciudad de día, es igual a una pintura expresionista; y de noche, los cerros se convierten en guirnaldas de luces, que visten de fiesta todo .

En uno de esos paseos me acompañó un supervisor enviado de la oficina donde yo trabajaba. Por horas me siguió sin decir nada y no pude evitar hablarle. Del resultado de su informe, dependería un cambio en mi vida.

Un mes después, me llamaron para darme a conocer el resultado de esa supervisión: en tres semanas, a contar de ese día, una comisión mandatada por el municipio, viajaría a Europa para promover los encantos de la ciudad, y yo sería algo así como la relatora de sus historias.

Que lejos en el tiempo está el día de esa noticia. Han transcurrido tantos crepúsculos en mares distantes. Mi trabajo era satisfactorio y mi permanencia en el extranjero se hizo inevitable. Sin embargo, no era feliz. Extrañaba el paisaje desde los cerros, los colores de las casas, mis raíces; supe que debía cruzar el océano, debía regresar.

Valparaíso 8 pm: el barco ha recalado en puerto. Estoy nuevamente frente a mi hogar. La ciudad está de fiesta con sus  guirnaldas de luces brillando. Ante mí, la silla de mi abuela y su cálida manta, que desde ahora cubrirá mi cansado cuerpo, mientras alguien relata sus viejas historias.

sábado, 6 de agosto de 2011

Ella también esta aquí.

Ella también esta aquí



Tiempo antes de partir desde la querida Cartagena, me enteré que Clyo había partido también. Lamente no haber podido despedirme y conocer sus razones para dejar ese lugar.

Como saben algunos, mi viaje no fue muy largo, sólo unos cuantos kilómetros, siempre tras  una bahía que me proteja.

En este nuevo espacio, he tenido que comenzar a caminar por senderos desconocidos, pero que por fortuna, están plenos de magníficos paisajes que deleitan los sentidos.

Aún no recorro todos los mil caminos trazados antaño por otros, sin embargo, me he llevado una que otra sorpresa totalmente inesperada, como la que paso ahora a relatar:

Era un camino de tierra, escoltado por árboles y plantas de perenne verdor, todo zigzagueaba en armónica cadencia y yo, me movía como si una lejana música conocida me invitara a bailar. Al acercarme a la base donde se encontraba enclavado el conocido Faro, tuve que detenerme de improviso, pues ante mi, un hermoso pájaro batía sus alas, pero, lo etéreo del movimiento me impulso a llegar hasta él. Camine sigilosamente y al estar a menos de un metro, la sorpresa fue aún mayor, ya que no había tal pájaro, sino, una mujer que se envolvía en una túnica de largas y anchas mangas, que al abrir sus brazos al viento, se agitaban dando la impresión de ser sus alas.

La curiosidad ya estaba presa en mí, avance. Ella estaba de frente al inmenso océano; su rostro era la perfecta armonía de las emociones, su piel tersa brillaba al sol del atardecer, su boca dibujaba una dulce sonrisa, los ojos bailaban, mientras que por sus mejillas, corrían saladas lágrimas.

Guarde silencio casi ceremonial, había algo muy familiar en esa escena. Mi cuerpo se encontraba subyugado ante el paisaje completo y mi corazón hacía sentir su presencia dentro de mí. Sólo deseaba ver quien estaba representando en carne propia, la más fuerte conmoción anímica que he sentido desde que llegue hasta aquí.


El tiempo estaba paralizado, como mi respiración se detuvo al ver, al reconocerla…era Clyo. Una sonrisa fue su saludo.

Me acerque al barandal para observar el romper de las olas a los pies del Faro y confirmar que ya era parte de este lugar.

Ambas nos tomamos unos minutos más, en completo silencio, y al ponerse el sol en el particular horizonte circular de la bahía, decidimos emprender la retirada de aquella reserva de paz.

Desandamos el camino de tierra y verdes árboles, caminamos la ruta del regimiento hasta llegar al paseo del mar. Recién allí el sonido de nuestras palabras tuvo eco en nuestros oídos.

Porqué aquí? Le pregunte, a lo que ella respondió: Quería conocer el lugar que elegirías. ¿Cómo, tú sabías que vendría hasta acá?, no nos habíamos visto desde ese día en el malecón, ni yo sabía entonces de mi partida.

Aún no te das cuenta, que yo soy quien te acompaña en tus historias?

Entonces, puedes decirme lo que he de escribir?

No, yo sólo soy testigo de lo que luego contare, através de tus relatos.

Por ahora, ambas recorremos los parajes de hombres y mujeres que se cruzan sin advertirnos aún. Pronto comenzaras a construir nuevas historias, historias que harán que mi existir tenga razón de ser en esta ciudad - mar que haz elegido.

Sin decir más, se escabullo entre las luces de las farolas que, a esa hora ya se encendían.

Sabía que nos volveríamos a encontrar, por eso no la detuve.

Clyo, la musa de las historias me había revelado su presencia aquí.


Pienso en ti.

Soy un cántico en el eco de tu mirada

Me muevo sigilosa entre los pliegues de tu pensamiento

Sueño con tu nido cuando vuelo sobre tus manos

Y me transformo en la que te abraza, con un suspiro.
 

Las horas son el confesionario de nuestras caricias

La música se hace parte del escenario

Y tus gemidos de placer se incrustan en los muros.


Divago entre sonrisas encantadas

Me pierdo a voluntad entre tu sexo

Y  me encapullo  hasta el próximo encuentro.

Hermanas de piedra.

Como en toda Metrópolis, en ésta se encuentra un sin fin de seres que cargan sus propios territorios inexpugnables. Este era el caso de Vicente; un hombre aparentemente igual a muchos. Trabajaba desde muy jovenen un taller de maniquíes, donde semana tras semana armaban decenas de cuerpos uniformes que sólo por simples detalles se transformaban en rudos varones, tiernos niños y seductoras doncellas.

El proceso era el mismo desde hacía 20 años, ni las nuevas tecologías lograron que aquello se modificara, pero nada le importaba, ahí era un operario más.

Al comienzo, el trabajo era lo suficientemente atractivo; ¿cuántos podían decir que manipulaban torsos y piernas de mujeres todos los días sin que se quejaran?, pero como todo lo rutinario, terminó por aburrirlo. Lo malo9 es que no sabía qué otra cosa hacer, ya que había entrado como aprendiz y en ese tiempo, hizo de todo; desde acarrear las materias primas, hasta él mismo modelar pieza por pieza, armarlos y embalarlos.

Al salir de su turno, e ir a su hogar, caminaba por las calles hasta llegar al principal centro comercial de la ciudad, pero no lo hacia para ir a mirar esos cuerpos, con vestuario de alto costo. Él iba para observar a todas aquellas mujeres que soñaban con esas prendas de vestir y no valoroban el arduo trabajo que significaba que todo luciera divino. Buacaba figuras y rostros que le trasmitieran un sentido; un secreto que las transformara en seres especiales.

Sin embargo, un día, no fueron semblantes reales lo que atrajo su atención, sino la vitrina de una librería de Arte, donde en primera fila había una portada en la que aparecían dos esbeltas mujeres morenas, que tenían lo que él buscaba.

Entró a preguntar por ese libro y se enteró que era una biografía del artista polaco Otto Mueller, el que -influenciado por su herencia gitana- había desarrollado su obra en torno al rescate de la cultura y belleza de sus mujeres. El libro en cuestión estaba fuera de sus posibilidades, por lo cual salió de allí sólo con la certeza de haber visto lo que él soñaba.

Dos días después, se dirigió a una biblioteca pública, donde pudo revisar toda la bibliografía dedicada al artista. Miró hasta extasiarse los espigados cuerpos de una dignidad más allá de lo conocido. Eligió precisamente la imagen de la portada de ese primer libro y compró una litografía.

Los días pasaban sin cambios visibles, pero para Vicente todo era diferente. Se había obsesionado con esas cíngaras y las imaginaba entre sus manos, no sexualmente, sino como modelos para los maniquíes de siempre.

Se quedaba en el taller después de su horario, y ensayaba una y otra vez el modelado. Hacia y deshacía, pues no quería solo su belleza externa. Necesitaba retener la esencia de esas criaturas, lo que había logrado el pintor; hacerlas trascender en el tiempo. Tanta devoción tuvo al fin su recompensa, ya que consiguió sacarlas como molde y reproducidas con exactitud.

Al siguiente día descubrió que sus musas se habían fracturado en muchas partes. Ante ellas, se arrodilló y sin querer evitarlo, lloró desconsoladamente. Recogió cada trozo con tanta delicadeza, que más bien parecía que cargaba a un lactante, y con todo, se devolvió a su casa.

Todo el resto del día se dedicó a unir los pedazos. Al finalizar, optó por darle una pátina de pasta de piedra, con lo que daría resistencia al arreglo. Sin embargo, ese enlucido no logró borrar las grietas, que aomaron como profundas cicatrices.

Al pasar frente a la ventana de su casa, se puede ver a esas hermanas de piedra, que obsevan nuestros pasos inquietos, mientras ellas nunca podrán saber lo que es vivir. 

Algas

Bajo las gélidas aguas de nuestro océano, se pueden hallar muchas especies marinas que en ninguna otra latitud podrían vivir, pero así mismo, transitan algunos seres de muy lejanas distncias. Llegan por la carretera de las corrientes submarinas, que recorren todos los mares del planeta. Sin embargo, por más concurrido que esté en algunas épocas, la frialdad se ve por doquier. El fondo es tan profundo, que el cielo más oscuro es claro si lo comparamos, lo que hace imposible que peces coloridos y maravillosos atolones de corales nos alegren la vista, definitivamente no encontramos colores.

Mi vida se parecía a ese mar, lleno de sombras silenciosas, que nada más, invita a la zambullida unos cuantos meses en verano, cuando refleja el celeste del cielo durante el día y luego, se tiñe de color atardecer.

Un día de primavera, cansada de arrastrar los pies por la arena mojada, visualicé a la chica de Trieste y a la poetisa Alfoncina. La mar silente me invitaba a conocerla. Caminé sin mirar atrás, además, para que si allá no había unos brazos cálidos que quisieran cobijarme, caminé sin mirar atrás y me sumergí.

Al ir descendiendo, fui viendo algo sin igual; una pareja de agua, que danzaba entre cintas de maravillosos colores. No sentía temor, sino una alegría que salía desde dentro y me iba transformando en luz; de hecho, todo en torno mío se fue haciendo luminoso.

Pude ver entonces, criaturas desconocidas que jugueteaban con mis rizos y acariciaban mi piel. En un instante, todo a mi alrededor se llenó de paz, yo misma bailaba junto a otros cuerpos de agua traslucidos, etéreos; Ángeles de las profundidades que me acompañaban y protegían. Emergí de improviso, no tuve tiempo de asirme de ellos.

Me encontraron vestida con algas de lejanas orillas, desplomada sobre la tibia arena del medio día. Volví a sentirme acariciada, pero esta vez, quien rozaba mi cuerpo, era un hombre enjuto de edad indefinida, que también estaba tendido en la playa. No me atreví a pronunciar palabra, sentía su respiración y el calor de su cuerpo próximo al mío. Cerré los ojos y escuché el sonido de las olas que se deshacían en espuma justo a mis pies, las aves marinas sólo undulaban. El sol pintaba puntos de colores sobre mis parpados. Creí que había vuelto al lecho del mar y quise comprobarlo abriendo suavemente los ojos. Estaba aún allí, y aquel hombre, ya de pie, me sonreía tiernamente.

Mi respiración, casi inexistente, recuperó su ritmo normal, y al poco rato logré incorporarme por mis propios medios. Miré el horizonte despejado y el carnaval de casas de colores que se descolgaban de los cerros. Me pareció que era la primera vez que veía todo aquello, una imagen lejana y sin embargo, conocía.

Comencé a andar, y junto a mí lo hizo él. Era como si mi espítitu hubiese tomado forma corpórea. No decía nada, pero estaba acompañandome. 
Recorrí la bahía como un náufrago al llegar a salvo hasta una orilla.
Al cruzarme con los habitantes de aquel lugar, fuí reconociendo gestos y miradas, y mi acompañente desapareció en un suspiro.

Subí uno de los cerros y lo contemplé todo. Estaba a las puertas de mi morada y sin detenerme, traspasé el umbral. La luz bañaba el interior, y olí un aroma de lavanda que impregnaba cada objeto de la habitación. Abrí instintivamente una de las puertas interiores y me encontré con un espacio azul turqueza; era mi dormitorio - taller.

Frente a mis ojos, había un atril con una tela recién iniciada. En ella se distinguían las siluetas de dos cuerpos, formados por algas que flotaban en la superficie del lienzo.

Tu boca y tus manos saciaron en mi piel
el hambre acumulada.
El silencio se lleno de suspiros atrapados.
Las palabras se escondieron e la comisura
de los labios.
Recorriste los senderos del placer,
como un explorador en busca de un tesoro.
Grabaste e tus ojos el camino de regreso,
y me dejaste suspendida en el deseo.
Me cuesta mirarte y no abrazarte.
Me cuesta abrazarte y no bezarte.